sábado, agosto 01, 2009

In Memoriam, Fernando Arévalo

Masiva y emotiva despedida al periodista Fernando Arévalo, «orfebre del lenguaje»

El deán de la Catedral ofreció en la homilía una sentida y lúcida semblanza del periodista, que falleció el jueves en el hospital.
«Ya me gustaría que Fernando Arévalo escribiera el lunes la crónica de esta homilía», empezó diciendo el deán de la Catedral y amigo del periodista, Juan Francisco Martínez Rojas, durante la eucaristía que presidió, ayer por la tarde en la iglesia de San Ildefonso, acompañado por el párroco de la misma, Manuel Bueno Ortega, del canónigo de la Catedral Pedro José Martínez Robles y del párroco de San Roque, Juan Herrera, y a la que asistieron numerosos amigos y compañeros del finado, que dieron el pésame a la viuda, Carmina, y a sus tres hijos.








JAVIER LÓPEZ PERIODISTA

Para ensalzar la calidad humana, que es la denominación de origen del alma, de una persona nada mejor que compararla con la baja estofa de otra. Para que destaquen mejor las cualidades de Fernando Arévalo es preciso cotejarlas con las miserias del que firma esta elegía, de modo que quede clara la distancia que existen entre los grandes hombres y los aspirantes a hijos de la gran puta. No hace mucho, en mi etapa de comisario político municipal camuflado de jefe de prensa, influí para que suprimieran de la parrilla de Onda Jaén un programa de sesgo independiente, en las antípodas del sectarismo, codirigido por Fernando y Alfonso Reguero, a quien posteriormente no pedí disculpas, sino perdón, porque, a diferencia de las primeras, éste lleva aparejado el arrepentimiento. No pude hacer lo mismo personalmente con Arévalo. Y lo siento. Entre otras cosas, porque no es de recibo ejercer la ingratitud con quien me ayudó a crecer en el periodismo.
Cuando me inicié en el oficio peor pagado más hermoso del mundo, Fernando era ya la voz. Sinatra, a su lado, Gracita Morales. Su timbre de tenor inspiraba respeto, infundía credibilidad, transmitía rigor. Además, era valiente, característica tanto más enconmiable en quien aunque a primera vista era un osado, a segunda era un gran tímido. Y un referente. En los últimos años, con la salud minada, solía decir que venía de vuelta, pero lo cierto es nunca dejó de mostrarnos el futuro. Descansa en paz. Y perdóname.








Una carta sin escribir
JUAN ANTONIO IBÁÑEZ PERIODISTA

Querido Fernando: Hace unos meses, micrófono a micrófono, como en los mejores tiempos y en la Peña Flamenca, aludías en entrañable argumento y en rica prosa construida desde tu íntima visión de este oficio a mi situación personal, cuando, reciente, había vuelto al paisaje del dolor sin apenas haberlo dejado. Entonces escribiste: «Pese a la dureza de la existencia y los bocados negros que da el destino, la vida se autosucede, se regenera y amanece. Siempre detrás de una torrentera de lágrimas brota la sombra de un almendro.
En el accidente de nuestro discurrir por la senda de la vida siempre hay una espina que duele y una flor que te embriaga. La noche y el día, el claroscuro del destino». Ahora, hoy, me dicen que te has ido. Que no has podido aguantar más el aire irrespirable de una sociedad putrefacta. Perdida en sí misma, sin ideales ni memoria. Sin el coraje de luchar por un mañana igual para todos. Mucho te ha tenido que pesar el dolor que se sufre cuando uno pregunta y no obtiene respuesta. Cuando en un afán de verdades, uno zarandea, en noble lid, al ser humano, intentando arrancarle lo mejor de sí y ofrecérselo, juntos, a esta humanidad manifiestamente mejorable.
Hablemos, Fernando: ¿Recuerdas aquellos cambios no solo de chaqueta sino de traje (...), aquellos bailes de disfraces en prodigioso desfile por el gran teatro de la Transición?
Fernando, tu drama ha sido ser fiel a ti mismo. ¡Ay Fernando! La ilustre dama de la nada va cerrando caminos, su pregonero llama al esplendor del paraíso que reina. La duda es una voz en el desierto y en el desierto yo me pregunto ¿De quién es tu voz, Fernando?

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